STUPID ENTERPRISES
Traducido al español sería “Empresas estúpidas”…
Y ese era precisamente el nombre del “cliente”, que, cuando yo dictaba clases de razonamiento creativo en el IPP, era quien encargaba los trabajos en clase; trabajos grupales, que consistían en realizar campañas publicitarias creativas para “productos” extraños y que yo trataba de lograr que fueran difíciles, retadores y – debo decirlo- bastante absurdos. De ahí el nombre de ese “cliente” ficticio, cuyo slogan era “Con las manos en todo”, tenía su sede en la ciudad de Arequipa, vendía para todo el Perú y exportaba a pedido…
Siempre he pensado que la creatividad publicitaria, además de retadora, tiene que ser divertida para quien la ejecuta. Muy divertida. Por eso, el primero en divertirme con los “productos” que “Stupid Enterprises” entregaba para publicitar y los alumnos, especialmente cuando proponía el primer ejercicio grupal, pasaban del asombro al desconcierto y de allí a la creencia de que el profesor les estaba jugando una broma o que estaba chiflado…
Cuando se convencían de que la cosa era seria y que el “producto” lo que buscaba en su estupidez era retar su imaginación creativa y lograr una campaña publicitaria en toda regla (sin incluir un plan de medios), algunos se reían, otros seguían creyendo que yo estaba un poco loco y otros se resignaban…
Hasta que finalmente caían en el juego y preparaban campañas publicitarias de un ingenio y creatividad notables. Llegaban -algunos grupos- a acondicionar por anticipado el salón de clases, adornándolo con elementos alusivos a lo que presentarían en su campaña…
Experimentaban que el trabajo creativo publicitario es y tiene que ser divertido, sin que esto signifique obtener “cualquier cosa. Yo me divertía, ellos se divertían y todos aprendíamos. Digo todos, porque cómo no aprender de los distintos y audaces enfoques…
El primer ejercicio era el “Robotarium”, que consistía en un envase de plástico transparente -como una botella tamaño familiar de gaseosa- que contenía en el fondo, viruta de acero y sobre ella tres billas de metal, grandes, totalmente pulidas. Eran huevos de robot y el producto “Robotarium” era a su vez una incubadora de huevos de robot. Los huevos eclosionarían en 300 años, para que nacieran de ellos un robot de cada uno… Cono ninguno de los compradores del “Robotarium” viviría para ver “nacer” a los robots, se entregaba un certificado de herencia, que permitiría- conservado el producto- pasarlo de una generación a otra. Había que redactar y diseñar el documento.
Había un precio, que ya no recuerdo, pero no era nada significativo. Si me preguntaban en qué categoría podía caer el “Robotarium”, les decía que era una “piece of conversation”(pieza de conversación), pues en realidad no servía para nada sino para fantasear y adornar alguna mesita de la sala.
Finalmente, no podían agregarle nada, como electricidad, iluminación o cualquier otra cosa. Era algo divertido, curioso, raro, excéntrico, insólito… ¡Y un poco loco!
La creatividad publicitaria es así. Por lo menos eso creo.
Manolo Echegaray.